Aquella ciudad colonial

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Desde mi primera visita a la capital, hace muchos años atrás, estoy fascinado con esta pequeña jungla de concreto. Los edificios altos y las luces cegadoras de la ciudad te hacen olvidar por unos instantes el tercermundismo en el que estamos inmersos y te deslumbran con realidades progresistas alejadas de la verdad.

Personalmente, prefiero la vida de la ciudad sobre la vida de los pueblos interioranos. Hay algo sobre los días agitados y las calles repletas que me llama la atención. Pero realmente, aún con tantas diferencias, ningún escenario es mejor que otro. Ambos tienen su propia belleza, su esencia única, y miles de cosas que ofrecer a quien se acerque a experimentar vidas tan distintas.

Sin embargo, esta fascinación citadina no se limita solamente a los grandes rascacielos albergados en nuestra ciudad. Detrás de toda la modernidad de nuestro país, se encuentra una historia marcada por el liberalismo social, tradiciones casi olvidadas y los reflejos de una revolución que formó el Panamá que con mucho esfuerzo hemos llegado a ser. Una historia que nos caracteriza como istmeños, pero que experimenta un creciente rechazo de nuestra sociedad; y aunque muchos no lo sepamos, forma parte de nuestra vida diaria, aún en medio de los avances que hemos alcanzado en todo este tiempo.

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Existen cientos de hechos que se esconden entre las avenidas más importantes de Ciudad de Panamá y que relatan el surgimiento de una nación destinada a ser libre y soberana. Pero es en las estrechas calles de una ciudad colonial en donde comenzó todo. Es en este pequeño pedazo de tierra con rasgos ancestrales en donde laten fervientes las vidas de nuestros ancestros. Y es en esta misma parte de nuestro territorio en donde, a fuerza de tiempo y circunstancias, se han ido desoyendo los ecos de un pueblo que cuenta algunas de las historias más importantes de nuestra nación.

Un lugar que, con dificultad, aún conserva con gran pureza algunos de los sitios más sagrados para la historia panameña. Un sitio lleno de preceptos mágicos en donde la división social se encuentra dramáticamente marcada en un contraste entre lo antiguo y el creciente modernismo que azota cada vez más aquel rincón conocido como el Casco Antiguo de Panamá.

El primer capítulo de mi viaje comienza en este espacio que, por más antiguo que sea, va ganando belleza con el pasar de los años. Este es el resultado de una de mis visitas al distrito histórico de Panamá, que encanta los ojos de sus visitantes con su variada propuesta arquitectónica y atractivo cultural que se fusionan entre las calles de los barrios de San Felipe.

Entrar al Casco es como encapsularse en el tiempo del nacimiento de la nación y revivir las batallas por la libertad de este hermoso istmo en forma de S acostada. En medio de los edificios altos y las luces cegadoras, este es quizás mi escenario favorito de Panamá. Un lugar que te recuerda que el tercemundismo sigue ahí, pero que te anima a hacer algo al respecto.

Es extraño finalmente admitir que disfruto de nuestra historia patria. Recorrer las estrechas avenidas de este histórico rincón me enorgullece de vivir en el puente del universo y ser parte de este maravilloso país que rompe fronteras.

Nuestra verdadera identidad istmeña no está en el crecimiento económico o en el tamaño de un edificio, está en las memorias enredadas entre las piedras de los callejones de aquella ciudad colonial levantada a las costas del Mar del Sur.

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